lunes, 21 de octubre de 2013

EL LIBERALISMO EN EL SIGLO XIX



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Tras la independencia americana y la revolución francesa se establecieron claramente las ideas de la nueva doctrina económica que iba a dominar todo el siglo XIX y una parte del XX (y que aún nosotros en la actualidad hemos heredado con otros añadidos): el LIBERALISMO
Sus ideas se basan en la Ilustración y luchan contra la monarquía absoluta: la división de poderes de Montesquieu, la soberanía nacional de Rousseau, las libertades (religiosas, de expresión...) que ya vimos en Voltaire o Locke, el libre mercado heredado de Adam Smith...
Este liberalismo surge en torno a la gran clase emergente, la burguesía.
Sin embargo (y como la propia burguesía) hay varias formas de entender esta doctrina política. Nosotros, por el momento, diferenciaremos dos.

La alta burguesía (grandes comerciantes, banqueros, grandes propietarios... a los que se unirán ciertos grupos de la nobleza y el clero) querían una versión más moderada del liberalismo (heredada de los Girondinos). El llamado liberalismo doctrinario, moderado o conservador. Así, en la división de poderes daban más fuerza al rey al concederle el poder ejecutivo y compartir el legislativo con las Cortes (piensan en el rey como una símbolo de estabilidad).
La soberanía se entiende de forma restringida: sufragio censitario (sólo tienen derecho al voto los hombres con un grado de rentas, o sea, la propia alta burguesía)
Las libertades son más restringidas (para evitar inestabilidad), especialmente la de expresión y asociación.
Una visión muy amplia del libre mercado.
En la segunda mitad del siglo con Napoleón III  como precursor, practican una Realpolitic como el sufragio universal luego manipulado (como el caciquismo de Cánovas), la propaganda de masas o el crecimiento económico y colonial (Napoleón III), la estrategia de la unificación de Cavour o un sistema social avanzado que evita la conflictividad social y el potente nacionalismo  de Bismarck


Frente a ellos, la media burguesía (a la que se unirán las clases populares) busca una formulación más amplia del liberalismo, reduciendo los poderes al rey o eliminándolo (República), apostando por el sufragio universal masculino, dando más libertades o poniendo medidas para proteger a los más humildes del funcionamiento del libre mercado. Son los llamados democráticos o progresistas (herederos de los Jacobinos) de los que evolucionarán nuestros actuales partidos.
En la segunda mitad del siglo, el ala más radical (demócratas) tenderá a unirse con los movimientos obreros.

Estas divisiones (muy radicalizadas) serán típicas de la España decimonónica, como puedes ver en este cuadro

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