sábado, 22 de octubre de 2016

El libro del sábado. Conrad. El corazón de las tinieblas



Tomado de wikipedia


“¡Ah! el horror! ¡El horror!”

Este verano he vuelto a su lectura (que tuve que interrumpir por distintos azares en otras ocasiones) para quedarme absolutamente subyugado.
La pieza, tan corta, tan extrañamente temprana, es un libro capital de la modernidad, perfectamente comparable con las pesadillas de Kafka.
Bajo el disfraz de una simple novela de aventura más (remontar el río Congo en busca de un delegado de una gran compañía de comercio de marfil francesa), Conrad nos sumerge en un prodigioso mundo de horrores, el de la selva ecuatorial que se cierra sobre las cabezas de los protagonistas hasta la asfixia, el del trato inhumano de los habitantes de la zona, el de la codicia y más tarde la perversión..., el de la propia locura de Kurtz que invadirá a su salvador.

La obra puede leerse en múltiples claves, tanto como una historia sobre la colonización y todas sus maldades como el camino que recorre el hombre hasta su ego y, más tarde, la propia locura.
Todo guiado por una prosa rítmica, casi hipnótica que opera a través de constantes sugerencias que nos avanzan y retroceden, preparándonos emocionalmente para el gran final.

En el aspecto puramente histórico se puede relacionar perfectamente con la conquista del Congo Belga a través del río del mismo nombre, con el tráfico de esclavos o la trata de marfil. Una singular y dura crítica a la aventura colonial que sacó la cara más siniestra de los supuestos benefactores europeos

Y aquél era el lugar adonde algunos de los colaboradores se habían retirado para morir. »
Morían lentamente… eso estaba claro. No eran enemigos, no eran criminales, no eran nada terrenal, sólo sombras negras de enfermedad y agotamiento, que yacían confusamente en la tiniebla verdosa. Traídos de todos los lugares del interior, contratados legalmente, perdidos en aquel ambiente extraño, alimentados con una comida que no les resultaba familiar, enfermaban, se volvían inútiles, y entonces obtenían permiso para arrastrarse y descansar allí. Aquellas formas moribundas eran libres como el aire, tan tenues casi como él. Comencé a distinguir el brillo de los ojos bajo los árboles. 
(...)

»Todo lo demás que había en el campamento estaba presidido por la confusión; personas, cosas, edificios. Cordones de negros sucios con los pies aplastados llegaban y volvían a marcharse; una corriente de productos manufacturados: algodón de desecho, cuentas de colores, alambres de latón, era enviada a lo más profundo de las tinieblas, y a cambio de eso volvían preciosos cargamentos de marfil.
(...)
Después de todo, también yo era una parte de la gran causa, de aquellos elevados y justos procedimientos.

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